domingo, 27 de julio de 2014

viernes, 18 de julio de 2014

Actividades Varias

Imágenes para propiciar la imaginación, pintar y escribir cuentos con los niños o ellos solitos.





(Imágenes descargadas de la web)

jueves, 17 de julio de 2014

Algunas actividades


Canciones para recordar

Recordar algunas de las canciones que han acompañado nuestra infancia, de la mano de una autora que realmente sabía encontrar las palabras mágicas para escribir poesías y cuentos para niños. 

Canciones de María Elena Walsh:


Canción del Jacarandá


En el país del Nomeacuerdo


Marcha de Osías


Estamos invitados...

El Reino del revés

Me dijeron que en el Reino del Revés 
nada el pájaro y vuela el pez, 
que los gatos no hacen miau y dicen yes 
porque estudian mucho inglés. 

Me dijeron que en el Reino del Revés 
nadie baila con los pies, 
que un ladrón es vigilante y otro es juez 
y que dos y dos son tres. 

Me dijeron que en el Reino del Revés 
cabe un oso en una nuez, 
que usan barbas y bigotes los bebés 
y que un año dura un mes. 

Me dijeron que en el Reino del Revés 
hay un perro pekinés 
que se cae para arriba y una vez 
no pudo bajar después. 

Me dijeron que en el Reino del Revés 
un señor llamado Andrés 
tiene 1.530 chimpancés 
que si miras no los ves. 

Me dijeron que en el Reino del Revés 
una araña y un ciempiés 
van montados al palacio del marqués 
en caballos de ajedrez. 

Vamos a ver cómo es 
el Reino del Revés.
María Elena Walsh

Casita de papel



La casita de los versos 
es de papel y chiquita, 
pero allí cabe de todo 
lo que uno necesita 
en sus siete habitaciones 
con sus siete ventanitas: 
En una hay sueños violetas, 
hay en la otra, sonrisas; 
en la tercera, un gigante 
bien dibujado con tiza 
que guarda hermosas palabras 
debajo de la camisa... 
En la cuarta habitación 
un cofre con musiquitas; 
en la quinta, dos espejos 
para ver cosas bonitas... 
(por uno se ven los pájaros 
y por el otro, estrellitas...). 
En la sexta habitación 
cubre paredes y suelo, 
un jardín de tulipanes 
con césped de terciopelo 
y escalera-caracol 
para ir a bailar al cielo. 
En la séptima hay dos lunas 
en el fondo de un baúl: 
una huele a azúcar tibia, 
la otra a perfume azul... 
una usa hebillas de oro, 
la otra moños de tul. 
¡Ay! ¡Qué casa primorosa, 
de papel y tan chiquita! 
pero... . ¿han visto?, cabe todo 
lo que uno necesita 
en sus siete habitaciones 
con sus siete ventanitas.

Elsa Borneman

(Imagen tomada de la red)

miércoles, 16 de julio de 2014

Yo

Yo, el desvergonzado, 
travieso, alocado, 
que por ti me atrevo 
y todo lo pruebo: 
magia, equilibrismo 
o malabarismo; 
que bailo con zancos 
o salto los bancos, 
que ensayo piruetas 
con mi bicicleta 
o ando de cabeza 
con las piernas tiesas; 
que hasta disfrazado 
paso por tu lado 
para que me mires... 
para que suspires 
por el superpibe 
que todo lo consigue... 
no me animo, hermosa, 
a hacer una cosa, 
la más sencillita, 
tan dulce y bonita 
como tu mirada 
-pichoncito de hada- 
Ah, que tengo miedo, 
que no, que no puedo 
decirte un sincero 
¡te quiero! ¡te quiero!

(por Elsa Bornemann)

martes, 15 de julio de 2014

El traje nuevo del emperador

   Hace muchos años vivía un Emperador que no pensaba más que en estrenar trajes. No se preocupaba de nadie y sólo iba al teatro o a pasear en su carroza por el parque para estrenar su ropa nueva. Tenía un traje para cada hora del día, todos diferentes, y se decía de él que siempre estaba en el cuarto ropero. En su ciudad vivía mucha gente y cada día le visitaban sastres para hacerle trajes.
   Un día, se presentaron en palacio dos granujas que se hicieron pasar por tejedores. Dijeron que sabían tejer la tela más fina que existía. En verdad, no habían cosido nunca, pero engañaron al emperador contándole que toda la ropa que hicieran con esa tela sólo podrían verla las buenas personas. Para todos los que no hicieran su trabajo y para los que fuesen antipáticos la ropa sería invisible.
   -¡Qué telas más maravillosas! dijo el Emperador -. ¡Ordenaré que todos los habitantes del reino se hagan vestidos de este tejido mágico. Así podré descubrir a los que no trabajen bien o a los que sean antipáticos! Y... ¡También yo me encargaré un vestido de esa tela!
   Y pagó un montón de dinero a los granujas para que se pusiesen a trabajar inmediatamente. Estos fingieron tejer a toda prisa, pero no era cierto. Imitaban los movimientos de los sastres, para hacer creer en palacio que estaban trabajando.
   "¡Me gustaría saber si estos tejedores avanzan en su tarea!", pensó el Emperador. Pero no se atrevía a visitar a los tejedores, porque todos los que fuesen antipáticos o no supiesen hacer su trabajo no verían el traje, y por si acaso él no lo veía no quería ir.
   Entonces, envió al Primer Ministro y, cuando éste entró en la habitación para ver cómo iba el traje del Emperador, pensó: "¡No veo nada!", pero, claro, no podía decirlo por si pensaban que era antipático o no trabajaba bien.
   - Bien, Señor, ¿qué decís de esta tela? - preguntaron los granujas.

   -¡Oh, es preciosa! ¡Encantadora! ¡Qué dibujo más elegante! ¡Qué vivos colores! 

   - Nos gusta oírle hablar así contestaron los bribones -. A su Majestad le va a gustar.


   Cuando llegó a Palacio le contó al Emperador lo bonito que era el traje. El rey envió a otra persona del reino para que le diera otra opinión, pero pasó lo mismo: 

   -¿Verdad que es una hermosa tela? - preguntaron los granujas. 
   Pero él pensó: "¿Es posible? ¡Yo no veo nada! Si lo digo pensarán que no trabajo bien o que soy antipático". 
Por eso contestó: 
   -¡Es preciosa!


   Días más  tarde, los bribones llevaron el traje invisible al Emperador. 

   Cuando éste lo vio, pensó no veo nada, absolutamente nada: 
¿Seré antipático? ¿No seré buen Emperador. Pero no podía decir eso y comento: 
   -¡Es hermosísimo! 
   Todos sus acompañantes aconsejaron al Emperador que lo estrenara. Nadie veía nada, pero todos decían: 
   -¡Es prodigioso! ¡Qué bonito!: 
   Los dos granujas le ayudaron a ponerse el traje y salió desfilando desnudo ante todos los habitantes del reino. Todos le veían sin ropa, pero comentaban: 

                  
   -¡Qué hermoso el traje del Emperador!. Solamente una niña que le vio desfilar fue capaz de decir la verdad:


   -¡Pero si no lleva nada! 

   Y los demás empezaron  correr la voz: 
   -¡Una niña inocente dice que no lleva nada: 
   - Está desnudo Ja, ja!  ¿Es que no se da cuenta?. 
   Y el Emperador, que estaba muy disgustado porque pensaba que tenían razón, pensó que tenía que aguantar hasta que acabase todo el desfile. Y siguió adelante más estirado que nunca, mientras los, granujas  escapaban hacia las montañas con un saco de oro cada uno. 


Hans Christian Andersen

GANAS DE VOLAR

Tengo una abuela astronauta. Muchos años trabajó en la NASA y se acaba de jubilar. Dice que quiere estudiar para chef porque antes, con todo lo que viajaba, nunca tenía tiempo para hacerse ni un huevo frito.
Ahora que yo estoy más grande, le entiendo mejor cuando cuenta sus historias planetarias. La verdad es que en casa no la escuchan, creo que piensan que miente un poco. Además, a nadie en mi familia le importa si sale el arco iris en Saturno, o si nace o muere una estrella.
A mí me encanta escucharla y yo también quiero ser astronauta. Por eso estoy contento de que esté más tiempo cerca y le insisto para que venga a visitarme. A veces viene pero se va enseguida. Casi siempre se enoja con mi mamá y le dice que se va a ir a Marte en cualquier momento. Siempre le escucho decir que tiene ganas de volar.
Creo que se está fabricando un cohete espacial en el fondo de su casa. Eso me lo contó cuando le pregunté cómo era que se iba a ir Marte si ya no trabaja más para la NASA. Que guarde el secreto, dijo mi abuela y a lo mejor, ahora que estoy crecido –como dicen– la puedo ayudar así de paso aprendo algo de astronáutica.
Esta tarde cuando salga de la escuela me pego una corrida y le digo que no perdamos más tiempo. Quiero saber si ese cohete va a funcionar.
Son como las dos de la tarde y allá viene mi abuela de su curso de cocina y con una torta en la mano. Aprende rápido, mi abuela. Yo la apuro con el asunto del cohete y le pido verlo. Ella me contesta:
—Por ahora tiene forma de otra cosa.
—Abu, no me estarás mintiendo, ¿no? —. Y la miro a los ojos.
—Vení a verla —me dice.
—¡Eso es una hamaca!
—Por ahora sí, te lo dije —aclara la abuela.
—No entiendo, abu, ¿qué tiene que ver esta hamaca?
Tengo que ser paciente si quiero ser astronauta. Y me pide que suba a la hamaca y yo no quiero porque me estoy poniendo grande.
—Hamacarse es cosa de nenitos —le digo y ella insiste. Me niego varias veces. Hasta que se sube ella y me explica cómo sentarme: tirando el peso del cuerpo hacia atrás y levantado las piernas para el cielo. Ahora me dice que suba y bueno… le hago caso esta vez.
—¡Que nave ni ocho cuartos, abu! —. Y mi abuela me empuja. La hamaca se balancea. Que cierre los ojos, me pide. Y yo voy y vengo en el aire. Y después voy más arriba y el vaivén de la hamaca me da viento en la panza.
¡Uauh! No abro los ojos y comienzo a volar. Todo mi cuerpo se cubre de sensaciones nuevas, detrás de los ojos cerrados, bien adentro, se forma un arco iris. Se me había olvidado cómo era. ¡Estoy volando! Cuando bajo le doy un abrazo a mi abuela. Y vamos a comer la torta.
—Pero abu —le digo—, mirá que vas a tener que contratar a un ingeniero si querés darle forma de nave.
—Y sí —dice—, es cierto. Ya tenemos una buena parte. Con las ganas de volar se empieza.
La hamaca se balancea a nuestras espaldas, el sol le pega en las cadenas y, lentamente, se cubre de una luz de metal. Como una nave gira sobre sí misma. ¡Está por despegar!

Graciela Vega


FIN

COLA DE FLOR,


Un día, le brotó a Saverio una margarita en la punta de la cola.
Era lindísimo sentirse un perro que, en vez de terminar en perro, terminaba en flor.
—Guau, guau —ladró Saverio, con los ojos redondos—. Y ahora, ¿qué hago?
Pero no tuvo mucho tiempo para pensar, tía Sidonia lo puso sobre una carpeta con flecos, en una mesita.
—Hoy vienen mis amigas a tomar café —dijo—, y no conseguí flores para adornar la casa. Saverio, trabajarás de florero esta tarde.
—Guau, guau —rezongó el perrito—. Yo me aburro aquí, haciendo de florero.

—Quédate quietecito y con la cola bien alta para que se vea la margarita.
Llegaron las amigas de tía Sidonia. Todas traían dulces y hablaban al mismo tiempo.
Saverio se asustó muchísimo ante tanto ruido y escondió la cola entre las patas. Pero cuando más la estaba escondiendo, una señorita vio la flor y dijo:
—Voy a deshojar esta margarita, diciendo me-quiere-mucho-poquito-nada, para ver qué tanto me quiere mi novio.
Entonces Saverio dio un gran salto por la ventana y aterrizó en la banqueta. Había mucha gente apuradísima. A nadie se le ocurrió que era bonito ver un perro con la cola florecida. Los señores y señoras sólo querían quitarle a Saverio la margarita.
Un señor la quería para ponérsela en el ojal.
Una señora gorda, para adornar un pastel de chocolate.
Una señora flaca, para hacer té de margarita con limón.
Un domador, para azuzar al león.
Y un merolico, para ponérsela en la oreja y empezar a pregonar.
Saverio se escapó, y asustado, se puso a espiar desde la esquina.
Entonces empezó a llover una lluvia cantora. Con la lluvia llegó Laurita, la niña del paraguas rojo.
— ¡qué cosa tan linda! —le dijo al perro—. ¿Qué hiciste para que te floreciera la cola?
— No sé —dijo Saverio con un poco de vergüenza—. Me pasan cosas que a veces no entiendo.
— Es muy lindo tener margaritas en la cola —dijo Laurita.
— ¿Verdad que no me quieres quitar la margarita como todos los demás? —preguntó Saverio asombradísimo.
— ¡No, no! —dijo Laurita riendo, y al reírse, la lluvia pintó la calle de azul—. ¿Vamos a pasear?
Laurita y Saverio se fueron saltando. Al saltar hacían un chisporroteo de gotas y abrían con el paraguas un enorme, enorme agujero de agua.


FIN


Devetach, Laura, Español, SEP, México, 1984

EL HOMBRECITO VERDE Y SU PÁJARO


El hombrecito verde de la casa verde del país verde tenía un pájaro.
Era un pájaro verde de verde vuelo. Vivía en una jaula verde y picoteaba verdes verdes semillas. El hombrecito verde cultivaba la tierra verde, tocaba verde música en su flauta y abría la puerta verde de la jaula para que su pájaro saliera cuando tuviera ganas.
El pájaro se iba a picotear semillas y volaba verde, verde, verdemente. Un día en medio de un verde vuelo, vio unos racimos que le hicieron esponjar las verdes plumas.
El pájaro picoteó verdemente los racimos y sintió una gran alegría color naranja. Y voló, y su vuelo fue de otro color. Y cantó, y su canto fue de otro color.
Cuando llegó a la casita verde, el hombrecito verde lo esperaba con verde sonrisa.
–¡Hola, pájaro! –le dijo.
Y lo miró revolotear sobre el sillón verde, la verde pava y el libro verde. Pero en cada vuelo verde y en cada trino, el pájaro dejaba manchitas amarillas, pequeños puntos blancos y violetas.
El hombrecito verde vio con asombro cómo el pájaro ponía colores en su sillón verde, en sus cortinas y en su cafetera.
–¡Oh, no! –dijo verdemente alarmado.
Y miró bien a su pájaro verde y lo encontró un poco lila y un poco verde mar.
–¡Oh, no! –dijo, y con verde apuro buscó pintura verde y pintó el pico, pintó las patas, pintó las plumas.
Pero cuando el pájaro cantó, no pudo pintar su canto.
Y cuando el pájaro voló, no pudo pintar su vuelo.
Todo era verdemente inútil.
Y el hombrecito verde dejó en el suelo el pincel verde y la verde pintura.
Se sentó en la alfombra verde sintiendo un burbujeo por todo el cuerpo. Una especie de cosquilla azul.
Y se puso a tocar la flauta verde mirando a lo lejos.
Y de la flauta salió una música verde azul rosa que hizo revolotear celestemente al pájaro.



FIN ✿◕‿◕✿

sábado, 12 de julio de 2014

La masita grande

Había una vez una abuelita llamada Juanita, a ella le gustaba mucho hacer pastelitos, los hacia de todos los tipos y sabores, un día le sobro un poco de masa y decidió hacer unos pancitos, la primera masa era grande, la segunda también, cuando iba a hacer la tercera se dio cuenta que le quedaba poca masa, entonces hizo una bien chiquita, de pronto las masas grandes se empezaron a reír de la mas chica, y le decían que era la masa mas chica que nunca habían visto jajaja, nunca crecerás, la masa chiquita empezó a llorar, por que ella quería ser un pancito grande y rico, y les pidió que no se burlaran de ella, al rato llegó la abuelita Juanita a poner las masas al horno, calentó el horno y listo!! las masas se estaban cocinando, cuando de pronto las grandes masas no crecían si no que se pusieron todas quemaditas y feítas, mientras que la masa chiquita empezó a crecer y crecer y crecer!! era hermosa...La abuelita saco los panes del horno y vio que dos estaban feítas y quemadas pero la mas rica y grande de todas era la que un día fue una masa chiquita, entonces la masita que ahora era un pan tan rico y grande dijo.. soy un pancito feliz ahora soy grande y nadie se burla de mi. mientras que las otras masas grandes y feas lloraban.

Rosa Patricia Otoya Ramirez

El enano saltarín


Cuentan que en un tiempo muy lejano el rey decidió pasear por sus dominios, que incluían una pequeña aldea en la que vivía un molinero junto con su bella hija. Al interesarse el rey por ella, el molinero mintió para darse importancia: - Además de bonita, es capaz de convertir la paja en oro hilándola con una rueca. El rey, francamente contento con dicha cualidad de la muchacha, no lo dudó un instante y la llevó con él a palacio.
Una vez en el castillo, el rey ordenó que condujesen a la hija del molinero a una habitación repleta de paja, donde había también una rueca: - Tienes hasta el alba para demostrarme que tu padre decía la verdad y convertir esta paja en oro. De lo contrario, serás desterrada. La pobre niña lloró desconsolada, pero he aquí que apareció un estrafalario enano que le ofreció hilar la paja en oro a cambio de su collar.
La hija del molinero le entregó la joya y... zis-zas, zis-zas, el enano hilaba la paja que se iba convirtiendo en oro en las canillas, hasta que no quedó ni una brizna de paja y la habitación refulgía por el oro. Cuando el rey vio la proeza, guiado por la avaricia, espetó: - Veremos si puedes hacer lo mismo en esta habitación. - Y le señaló una estancia más grande y más repleta de oro que la del día anterior.
La muchacha estaba desesperada, pues creía imposible cumplir la tarea pero, como el día anterior, apareció el enano saltarín: - ¿Qué me das si hilo la paja para convertirla en oro? - preguntó al hacerse visible. - Sólo tengo esta sortija - Dijo la doncella tendiéndole el anillo. - Empecemos pues, - respondió el enano. Y zis-zas, zis-zas, toda la paja se convirtió en oro hilado.
Pero la codicia del rey no tenía fin, y cuando comprobó que se habían cumplido sus órdenes, anunció: - Repetirás la hazaña una vez más, si lo consigues, te haré mi esposa - Pues pensaba que, a pesar de ser hija de un molinero, nunca encontraría mujer con dote mejor. Una noche más lloró la muchacha, y de nuevo apareció el grotesco enano: - ¿Qué me darás a cambio de solucionar tu problema? - Preguntó, saltando, a la chica.
- No tengo más joyas que ofrecerte - y pensando que esta vez estaba perdida, gimió desconsolada. - Bien, en ese caso, me darás tu primer hijo - demandó el enanillo. Aceptó la muchacha: “Quién sabe cómo irán las cosas en el futuro” - Dijo para sus adentros. Y como ya había ocurrido antes, la paja se iba convirtiendo en oro a medida que el extraño ser la hilaba.
Cuando el rey entró en la habitación, sus ojos brillaron más aún que el oro que estaba contemplando, y convocó a sus súbditos para la celebración de los esponsales. Vivieron ambos felices y al cabo de una año, tuvieron un precioso retoño. La ahora reina había olvidado el incidente con la rueca, la paja, el oro y el enano, y por eso se asustó enormemente cuando una noche apareció el duende saltarín reclamando su recompensa.
- Por favor, enano, por favor, ahora poseo riqueza, te daré todo lo que quieras. - ¿Cómo puedes comparar el valor de una vida con algo material? Quiero a tu hijo - exigió el desaliñado enano. Pero tanto rogó y suplicó la mujer, que conmovió al enano: - Tienes tres días para averiguar cuál es mi nombre, si lo aciertas, dejaré que te quedes con el niño.
Por más que pensó y se devanó los sesos la molinerita para buscar el nombre del enano, nunca acertaba la respuesta correcta. Al tercer día, envió a sus exploradores a buscar nombres diferentes por todos los confines del mundo. De vuelta, uno de ellos contó la anécdota de un duende al que había visto saltar a la puerta de una pequeña cabaña cantando: - “Yo sólo tejo, a nadie amo y Rumpelstilzchen me llamo”
Cuando volvió el enano la tercera noche, y preguntó su propio nombre a la reina, ésta le contestó: - ¡Te llamas Rumpelstilzchen! - ¡No puede ser! - gritó él - ¡No lo puedes saber! ¡Te lo ha dicho el diablo! - Y tanto y tan grande fue su enfado, que dio una patada en el suelo que le dejó la pierna enterrada hasta la mitad, y cuando intentó sacarla, el enano se partió por la mitad.

Para disfrutar!

Una página que no podemos dejar de ver. Colección de cuentos infantiles para ser leídos, vistos o escuchados. Excelente trabajo!!!



"La Flor de Lirolay"


 Este era un rey ciego que tenía tres hijos. Una enfermedad desconocida le había quitado la vista y ningún remedio de cuantos le aplicaron pudo curarlo. Inútilmente habían sido consultados sabios más famosos.  
 Un día llegó al palacio, desde un país remoto, un viejo mago conocedor de la desventura del soberano. Le observó, y dijo que sólo la flor del lirolay, aplicada a sus ojos, obraría el milagro. La flor del lirolay se abría en tierras muy lejanas y eran tantas y tales las dificultades del viaje y de la búsqueda que resultaba casi imposible conseguirla.  
 Los tres hijos del rey se ofrecieron para realizar la hazaña. El padre prometió legar la corona del reino al que conquistara la flor del lirolay.
Los tres hermanos partieron juntos. Llegaron a un lugar en el que se abrían tres caminos y se separaron, tomando cada cual por el suyo. Se marcharon con el compromiso de reunirse allí mismo el día en que se cumpliera un año, cualquiera fuese el resultado de la empresa.
 Los tres llegaron a las puertas de las tierras de la flor del lirolay, que daban sobre rumbos distintos, y los tres se sometieron, como correspondía a normas idénticas.
Fueron tantas y tan terribles las pruebas exigidas, que ninguno de los dos hermanos mayores la resistió, y regresaron sin haber conseguido la flor.
 El menor, que era mucho más valeroso que ellos, y amaba entrañablemente a su padre, mediante continuos sacrificios y con grande riesgo de la vida, consiguió apoderarse de la flor extraordinaria, casi al término del año estipulado.
 El día de la cita, los tres hermanos se reunieron en la encrucijada de los tres caminos.
 Cuando los hermanos mayores vieron llegar al menor con la flor de lirolay, se sintieron humillados. La conquista no sólo daría al joven fama de héroe, sino que también le aseguraría la corona. La envidia les mordió el corazón y se pusieron de acuerdo para quitarlo de en medio.
 Poco antes de llegar al palacio, se apartaron del camino y cavaron un pozo profundo. Allí arrojaron al hermano menor, después de quitarle la flor milagrosa, y lo cubrieron con tierra.
 Llegaron los impostores alardeando de su proeza ante el padre ciego, quien recuperó la vista así que pasó por los ojos la flor de lirolay. Pero, su alegría se transformó en nueva pena al saber que su hijo había muerto por su causa en aquella aventura.
De la cabellera del príncipe enterrado brotó un lozano cañaveral.
 Al pasar por allí un pastor con su rebaño, le pareció espléndida ocasión para hacerse una flauta y cortó una caña.  
 Cuando el pastor probó modular en el flamante instrumento un aire de la tierra, la flauta dijo estas palabras:
No me toques, pastorcito,
ni me dejes tocar;
mis hermanos me mataron
por la flor de lirolay.  
 La fama de la flauta mágica llegó a oídos del Rey que la quiso probar por sí mismo; sopló en la flauta, y oyó estas palabras:
No me toques, padre mío,
ni me dejes tocar;
mis hermanos me mataron
por la flor de lirolay.
Mandó entonces a sus hijos que tocaran la flauta, y esta vez el canto fue así:
No me toquen, hermanitos,
ni me dejen tocar;
porque ustedes me mataron
por la flor de lirolay.  
 Llevando el pastor al lugar donde había cortado la caña de su flauta, mostró el lozano cañaveral. Cavaron al pie y el príncipe vivió aún, salió desprendiéndose de las raíces.
 Descubierta toda la verdad, el Rey condenó a muerte a sus hijos mayores.
 El joven príncipe, no sólo los perdonó sino que, con sus ruegos, consiguió que el Rey también los perdonara.
 El conquistador de la flor de lirolay fue rey, y su familia y su reino vivieron largos años de paz y de abundancia.  

El Ceibo

Cuenta la leyenda que en las riberas del Paraná, vivía una indiecita fea, de rasgos toscos, llamada Anahí. Era fea, pero en las tardecitas veraniegas deleitaba a toda la gente de su tribu guaraní con sus canciones inspiradas en sus dioses y el amor a la tierra de la que eran dueños... Pero llegaron los invasores, esos valientes, atrevidos y aguerridos seres de piel blanca, que arrasaron las tribus y les arrebataron las tierras, los ídolos, y su libertad.
Anahí fue llevada cautiva junto con otros indígenas. Pasó muchos días llorando y muchas noches en vigilia, hasta que un día en que el sueño venció a su centinela, la indiecita logró escapar, pero al hacerlo, el centinela despertó, y ella, para lograr su objetivo, hundió un puñal en el pecho de su guardián, y huyó rápidamente a la selva.
El grito del moribundo carcelero, despertó a los otros españoles, que salieron en una persecución que se convirtió en cacería de la pobre Anahí, quien  al rato,  fue alcanzada por los conquistadores. Éstos, en venganza por la muerte del guardián, le impusieron como castigo  la muerte en la hoguera.
La ataron a un árbol e iniciaron el fuego, que parecía no querer alargar sus llamas hacia la doncella indígena, que sin murmurar palabra, sufría en silencio, con su cabeza inclinada hacia un costado. Y cuando el fuego comenzó a subir, Anahí se fue convirtiendo en árbol, identificándose con la planta en un asombroso milagro.
Al siguiente amanecer, los soldados se encontraron ante el espectáculo de un hermoso árbol de verdes hojas relucientes, y flores rojas aterciopeladas, que se mostraba en todo su esplendor, como el símbolo de valentía y fortaleza ante el sufrimiento.


Poemas para niños



COSAS DE RATÓN



La noche es ideal
para hacer una canción
también para dibujar
y hacer cosas de ratón.

Preparado para un picnic
con quesos de lo mejor
yo no le temo a la noche
allí comienza la acción.

Grillos, luciérnagas, ranas
traen ruidos y color,
el búho pide silencio
con sus ojos de farol.

Las estrellas iluminan
y dan suspiros de amor
cuando la luna, chismosa,
cuenta secretos del sol.

Allá lejos van los gatos
con su coro aterrador
por suerte yo estoy a salvo,
estrategias de roedor.

Antes de dormir leo un poco
algún cuento de terror
hasta que el sueño me alcanza
justo, cuando sale el sol.

Noctámbulo, algo curioso
conversador y glotón
paso la noche despierto
haciendo cosas de ratón.

Marilú Ferro
Letras al rescate©
www.facebook.com/LetrasAlRescate 


Cuentos varios



Un sitio donde podemos encontrar muchos cuentos para niños/as.

Cuentos infantiles


La perla del dragón


Hace muchísimos años, vivía un dragón en la isla de Borneo; tenía su cueva en lo alto del monte Kinabalu.
Aquél era un dragón pacífico y no molestaba a los habitantes de la isla. Tenía una perla de enorme tamaño y todos los días jugaba con ella: lanzaba la perla al aire y luego la recogía con la boca.
Aquella perla era tan hermosa, que muchos habían intentado robarla. Pero el dragón la guardaba con mucho cuidado; por eso, nadie había podido conseguirlo.
El Emperador de la China decidió enviar a su hijo a la isla de Borneo; llamó al joven Príncipe y le dijo:
-Hijo mío, la perla del dragón debe formar parte del tesoro imperial. Estoy seguro de que encontrarás la forma de traérmela.
Después de varias semanas de travesía, el Príncipe llegó a las costas de Borneo.
A lo lejos se recortaba el monte Kinabalu, y en lo alto del monte el dragón jugaba con la perla.
De pronto, el Príncipe comenzó a sonreír porque había trazado un plan. Llamó a sus hombres y les dijo:
-Necesito una linterna redonda de papel y una cometa que pueda sostenerme en el aire.
Los hombres comenzaron a trabajar y pronto hicieron una linterna de papel. Después de siete días de trabajo, hicieron una cometa muy hermosa, que podía resistir el peso de un hombre. Al anochecer, comenzó a soplar el viento. El Príncipe montó en la cometa y se elevó por los aires.
La noche era muy oscura cuando el Príncipe bajó de la cometa en lo alto del monte y se deslizó dentro de la cueva.
El dragón dormía profundamente. Con todo cuidado, el Príncipe se apoderó de la perla, puso en su lugar la linterna de papel y escapó de la cueva. Entonces, montó en la cometa y encendió una luz.
Cuando sus hombres vieron la señal, comenzaron a recoger la cuerda de la cometa. Al cabo de algún tiempo, el Príncipe pisaba la cubierta de su barco.
-¡Levad anclas! -gritó.
El barco, aprovechando un viento suave, se hizo a la mar.
En cuanto salió el sol, el dragón fue a recoger la perla para jugar, como hacía todas las mañanas. Entonces, descubrió que le habían robado su perla. Comenzó a echar humo y fuego por la boca y se lanzó, monte abajo, en persecución de los ladrones.
Recorrió todo el monte, buscó la perla por todas partes, pero no pudo hallarla. Entonces, divisó un junco chino que navegaba rumbo a alta mar. El dragón saltó al agua y nadó velozmente hacia el barco.
-¡Ladrones! ¡Devolvedme mi perla! -gritaba el dragón.
Los marineros estaban muy asustados y lanzaban gritos de miedo.
La voz del Príncipe se elevó por encima de todos los gritos:
-¡Cargad el cañón grande!
Poco después hicieron fuego.
-¡Bruum!
El dragón oyó el estampido del disparo; vio una nube de humo y una bala de cañón que iba hacia él. La bala redonda brillaba con las primeras luces de la mañana y el dragón pensó que le devolvían su perla. Por eso, abrió la boca y se tragó la bala.
Entonces, el dragón se hundió en el mar y nunca más volvió a aparecer. Desde aquel día, la perla del dragón fue la joya más preciada del tesoro imperial de la China.