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Un día, le brotó a Saverio una margarita en la punta de la cola.
Era lindísimo sentirse un perro que, en vez de terminar en perro, terminaba en flor.
—Guau, guau —ladró Saverio, con los ojos redondos—. Y ahora, ¿qué hago?
Pero no tuvo mucho tiempo para pensar, tía Sidonia lo puso sobre una carpeta con flecos, en una mesita.
—Hoy vienen mis amigas a tomar café —dijo—, y no conseguí flores para adornar la casa. Saverio, trabajarás de florero esta tarde.
—Guau, guau —rezongó el perrito—. Yo me aburro aquí, haciendo de florero.
Era lindísimo sentirse un perro que, en vez de terminar en perro, terminaba en flor.
—Guau, guau —ladró Saverio, con los ojos redondos—. Y ahora, ¿qué hago?
Pero no tuvo mucho tiempo para pensar, tía Sidonia lo puso sobre una carpeta con flecos, en una mesita.
—Hoy vienen mis amigas a tomar café —dijo—, y no conseguí flores para adornar la casa. Saverio, trabajarás de florero esta tarde.
—Guau, guau —rezongó el perrito—. Yo me aburro aquí, haciendo de florero.
—Quédate quietecito y con la cola bien alta para que se vea la margarita.
Llegaron las amigas de tía Sidonia. Todas traían dulces y hablaban al mismo tiempo.
Saverio se asustó muchísimo ante tanto ruido y escondió la cola entre las patas. Pero cuando más la estaba escondiendo, una señorita vio la flor y dijo:
—Voy a deshojar esta margarita, diciendo me-quiere-mucho-poquito-nada, para ver qué tanto me quiere mi novio.
Entonces Saverio dio un gran salto por la ventana y aterrizó en la banqueta. Había mucha gente apuradísima. A nadie se le ocurrió que era bonito ver un perro con la cola florecida. Los señores y señoras sólo querían quitarle a Saverio la margarita.
Un señor la quería para ponérsela en el ojal.
Una señora gorda, para adornar un pastel de chocolate.
Una señora flaca, para hacer té de margarita con limón.
Un domador, para azuzar al león.
Y un merolico, para ponérsela en la oreja y empezar a pregonar.
Saverio se escapó, y asustado, se puso a espiar desde la esquina.
Entonces empezó a llover una lluvia cantora. Con la lluvia llegó Laurita, la niña del paraguas rojo.
— ¡qué cosa tan linda! —le dijo al perro—. ¿Qué hiciste para que te floreciera la cola?
— No sé —dijo Saverio con un poco de vergüenza—. Me pasan cosas que a veces no entiendo.
— Es muy lindo tener margaritas en la cola —dijo Laurita.
— ¿Verdad que no me quieres quitar la margarita como todos los demás? —preguntó Saverio asombradísimo.
— ¡No, no! —dijo Laurita riendo, y al reírse, la lluvia pintó la calle de azul—. ¿Vamos a pasear?
Laurita y Saverio se fueron saltando. Al saltar hacían un chisporroteo de gotas y abrían con el paraguas un enorme, enorme agujero de agua.
Devetach, Laura, Español, SEP, México, 1984
Llegaron las amigas de tía Sidonia. Todas traían dulces y hablaban al mismo tiempo.
Saverio se asustó muchísimo ante tanto ruido y escondió la cola entre las patas. Pero cuando más la estaba escondiendo, una señorita vio la flor y dijo:
—Voy a deshojar esta margarita, diciendo me-quiere-mucho-poquito-nada, para ver qué tanto me quiere mi novio.
Entonces Saverio dio un gran salto por la ventana y aterrizó en la banqueta. Había mucha gente apuradísima. A nadie se le ocurrió que era bonito ver un perro con la cola florecida. Los señores y señoras sólo querían quitarle a Saverio la margarita.
Un señor la quería para ponérsela en el ojal.
Una señora gorda, para adornar un pastel de chocolate.
Una señora flaca, para hacer té de margarita con limón.
Un domador, para azuzar al león.
Y un merolico, para ponérsela en la oreja y empezar a pregonar.
Saverio se escapó, y asustado, se puso a espiar desde la esquina.
Entonces empezó a llover una lluvia cantora. Con la lluvia llegó Laurita, la niña del paraguas rojo.
— ¡qué cosa tan linda! —le dijo al perro—. ¿Qué hiciste para que te floreciera la cola?
— No sé —dijo Saverio con un poco de vergüenza—. Me pasan cosas que a veces no entiendo.
— Es muy lindo tener margaritas en la cola —dijo Laurita.
— ¿Verdad que no me quieres quitar la margarita como todos los demás? —preguntó Saverio asombradísimo.
— ¡No, no! —dijo Laurita riendo, y al reírse, la lluvia pintó la calle de azul—. ¿Vamos a pasear?
Laurita y Saverio se fueron saltando. Al saltar hacían un chisporroteo de gotas y abrían con el paraguas un enorme, enorme agujero de agua.
FIN
Devetach, Laura, Español, SEP, México, 1984
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